lunes, 10 de octubre de 2016

Crónica: Cañón de Riolobos y Pico Urbión

Octubre se nos presentó con una madrugadora mañana, de temple acogedor y con las sombras de la noche. No hacía frío, buen presagio, y 4 autocares con sus puertas abiertas absorbiendo caras de sueño eran el inicio de un multitudinario fin de semana fuera de casa. Nosotros, con José, el conductor, salíamos de Salamanca a las siete y cuarto, con solo un asiento vacío.

El viaje era largo, todavía más largo para aquellos de largas piernas y corto espacio entre asientos. Unos hablando y otros con los ojos cerrados llegamos al Ventorro donde repusimos nuestras primeras fuerzas.

Eran las 11:15 cuando enfilamos la cuesta de la Senda de las Gullurías, a 500 metros de Ucero, dejando a nuestras espaldas el castillo y las colmenas, inicio del Parque Natural del Cañón de Río Lobos.

Aunque la subida parecía pronunciada y pedregosa en un plis-plas estábamos en el paraíso de las abejas entre espliego, tomillo y salvia.

La primera parada fue la calera, a continuación el páramo y después la arboleda de sabinas, pinos pudios, enebros y encinas. La mañana, agradable y soleada, transcurría en nuestro camino con el susurro de los compañeros y de algunas aves.

Primera parada (y para algunos avituallamiento) en el mirador de las gullurías: "Por San Matías cantan las gullurías y se igualan las noches y los días" dice el refrán. Desde lo alto pudimos contemplar el colorido de la masa arbórea, y los impresionantes cantiles, donde las cámaras y móviles se disparaban...


Tras un tiempo de reposo y sosiego, seguimos la ruta que descendía por el frondoso bosque hasta los pies del río (¿alguien ha visto mis palos?), donde decidimos que la Cueva Fría merecía la pena, y así recorrimos 3,5 kilómetros del curso del río para hacer todavía más ganas de ver la ermita de San Bartolomé.

La explanada de la ermita era una romería; familias enteras, grupo de niños pequeños, grupos varios, algunas parejas... fueron la compañía de la visita a la ermita, la subida al mirador de El Balconcillo o de la incursión en la Cueva Grande. No sé si veríais la cruz templaria y la estrella de Sión, los grabados rupestres o la vista desde arriba. Desde luego allí estarán la próxima vez que volvamos.

Pasado el puente de la ermita nos asentamos entre las sombras de los árboles, algunas prefirieron los rayos de sol, para dar buena cuenta de las viandas que traíamos.

Después continuamos por la senda del río. No era mucha la cantidad de agua pero nos permitió admirar los reflejos azules del cielo, lo que quedaba del esplendor de los nenúfares, bellos y glaucos rincones entre los recodos y los pontones. Creo que todos pudimos comprobar que la zona es casa de buitres, y algunos, con sus prismáticos, apreciaron la variopinta cantidad de aves que allí moran.

La parte final de la senda discurre entre el cauce seco del río y sendericos entre los árboles hasta atisbar los siete ojos del puente, final de nuestro camino de aproximadamente 16 kilómetros.

Llenas las pupilas del hermoso paisaje y conducidos por José llegamos a las puertas del hostal donde tras una breve espera todos obtuvimos la llave de nuestro pequeño paraíso... descargar equipaje, ducha, arreglos... y luego a probar el torrezno de Soria.

Una vuelta por San Leonardo de Yagüe, visita del arco, la iglesia, las ruinas del castillo y los bares fueron el preludio de la cena, todos juntitos en mesas de seis a ocho comensales: primer plato, segundo plato y postre... otra vuelta para hacer tiempo y a la cama.


Al día siguiente, desayuno a las 7:30, quizá lo más flojo de la estancia, y a las 9:30 ya estábamos subiendo la carretera camino de la Laguna Negra. Esta fascinante y enigmática laguna, envuelta en leyendas, es uno de los parajes más bellos de la provincia. Encajada a 2.000 metros de altura, entre paredes graníticas y bordeada por  pinares, muestran su aspecto oscuro y tenebroso. Supongo que todos tendremos fotografías que lo demuestren.

Iniciamos la subida por la canal que nos lleva a la parte superior del circo. Enseguida superamos la muralla natural que rodea la laguna, y nos encontramos en un terreno más llano, entre prados de montaña y los pinos que se resisten a abandonar estas alturas.

Todos en fila y sin perdernos de vista nos dirigimos en continua subida hacia la Laguna Larga. Desde allí tomamos una senda que lleva a la cresta rocosa en progresiva ascensión (lo siento pero hacía tan bueno que no hicieron falta guantes, gorro ni abrigo, como habíamos anunciado). Pudimos observar al fondo de los pinares las poblaciones de Duruelo, Covaleda y hasta Regumiel de la Sierra... hasta alcanzar el Urbión.

Una ligera subida, que nos mereció la pena, nos premió con unas vistas impresionantes y con esas fotografías que tendremos en el recuerdo.

Dejando a nuestros pies la Laguna de Urbión tomamos el sendero hacia el sur y el nacimiento del Río Duero (menos mal que en su recorrido va creciendo). Foto de grupo y de nuevo de camino de bajada hacia Castroviejo, nuestro destino.

Continuas bajadas entre pinos, pedregales y caminos hasta el Refugio del Búnker, ya desde allí el camino se ensancha y pasamos por la Fuente del Berro y solo nos quedan los 800 metros de carretera hasta Castroviejo.
Este espacio pedregoso con sus mesas y sombras fue un grato compañero de mesa.

Finalmente las fotos de sus paisajes y el café de Duruelo nos impulsaron de nuevo al camino de regreso. Que con su parada incluida, nos devolvieron de nuevo a Salamanca.

Y todos contentos nos volvimos a nuestras casas.


Fotografías de José Luis García, Ángel Sánchez, Beatriz Ojanguren, Chema Lorenzo, Javier Hernández y Elena Martínez (grupal).

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