jueves, 26 de febrero de 2015

Crónica: de Tamames a Navarredonda de la Rinconada

Por la larga recta que hay llegando a Tamames, pudimos ver, en parte, el perfil de la etapa. Aprovechando las ventajas de un viaje corto, tomamos tranquilamente el café en el Bar Plaza, donde fuimos estupendamente atendidos y cogimos fuerzas para enfrentarnos a una ruta llena de subidas (y bajadas, aunque estas se acusan menos), que algunos habrían calificado de algo más que dificultad media.



Encaramos con valentía la salida de Tamames, por una pendiente corta, pero durilla, que provocó un rápido estiramiento del grupo, anunciando como sería buena parte del recorrido. Seguimos subiendo hasta Peña Grande, contemplando las amplias vistas que teníamos a los lados, el campo charro, y la Sierra de Francia, y por detrás, en días claros, se ve hasta Portugal. Después de que nuestros urbanos ojos, acostumbrados a cortas distancias, pudieran disfrutar de los amplios paisajes que se pueden contemplar desde este privilegiado mirador, comenzamos la primera bajada, por estrecho sendero, para reagruparnos antes de entrar en el coto de caza intensiva con el fin de cruzarlo pronto y en grupo. Nuevamente la pendiente y el estrecho sendero, se encargaron de formar una larga hilera de senderistas, dando color al campo. El amplio y cómodo camino (GR 182) nos permitió disfrutar de amenas charlas mientras las subidas y bajadas se sucedían sin piedad.

Como estaba previsto, un par de breves paradas para tomar un tentempié, de pie pues no estaba el suelo para sentarse, nos sirvieron para aguantar hasta la comida.



La pronunciada subida hasta el pico donde se encuentra la cueva se hace más larga de lo que es. El cansancio se acumula y el hambre aprieta, pero cuando salimos de la pista para subir siguiendo los hitos, ya vimos que el paisaje compensaba el esfuerzo. Al llegar al collado donde está la difícil bajada a la Cueva de la Mora, pudimos contemplar, en toda su extensión, la Sierra de Béjar, las Quilamas y los montes de Cáceres que marcan la distancia cambiando los tonos de azul, hasta casi confundirse con el cielo. El cielo nublado y el viento frío, nos hacen comer rápido y acortar el descanso. El tiempo se pone desapacible y optamos por seguir camino, bueno más bien un sendero medio perdido por un tupido robledal, para ver las curiosas formaciones calizas que se usaron en su día de cantera para hacer cal.

Después de visitar el horno de cal que nos cae casi de camino, volvimos a coger la pista en busca de cobijo en el Bar de Navarredonda, en el que no cabíamos todos, por lo que hubo que pedir auxilio al autocar, para que pasara a recogernos antes de la hora prevista, lo que permitió que todavía tuviéramos un buen rato de domingo para disfrutar.



Fotografías de Francisco Labrado y Alberto Hernández, quién también nos invita a disfrutar de la misma marcha en primavera.

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