jueves, 29 de enero de 2015

Crónica: por el Alto Alagón

Madrugada despejada, alegres reencuentros, cuarto creciente y pulcra puntualidad (salvo dos personas por las que esperamos unos minutos) y una hora después alcanzamos las murallas de Monleón. Infusiones o café y a caminar.

Atravesamos el pueblo para salir por la Puerta de Coria, al lado de la hermética torre del castillo. Visita al yacimiento alto medieval de Monte Alcaide, en donde entramos, y poco más allá a las Ollas de la Sapa, que andaban escondidas por el agua.

Se templa la mañana e invita a despojarse de abrigo. En un tris-tras dejamos la pista para seguir trochas de vacas en prados abandonados como serpiente multicolor. Recuperamos la pista y bajamos hasta la primera de las tres alambradas, que pacientemente atravesamos, y al primero de los dos riachuelos, el Arroyo de Santa María. Algo de fruta fresca y frutos secos para emprender esta prueba. A medida que pasamos por la piedra el número de espectadores crece en la otra orilla y la animación también. De pronto un resbalón desafortunado deja a Pablo con un pie mojado.



Seguimos por inciertos senderos hasta una corta pista que nos obliga a saltar un murete para abrirnos al camino de Los Santos a El Tornadizo. Bajamos para conocer los pasiles (o pontones) hincados en el Alagón para regresar por la pista que nos acercará al Puente Rando... y a sensaciones insospechadas, que hará dudar de la pericia del dúo guiador. ¡Ay!

La animación es mayor, y la emoción también, cuando tras saltar otro murete nos topamos con una bien tensada segunda alambrada. "Al menos no hay cazadores", alguien comenta. "Debe ser buen lugar para setas", también se escucha. Vamos, que nos consolamos. Y de pronto la Divina Providencia, el azar ampara-senderistas o el Diablo Cojuelo aparece y nos descubre un hermoso lugar para sortear el Regato Aceiteros y en una corta subida alcanzar la abierta pista del Puente Rando, claro, no sin antes, como premio o castigo, ofrecernos una nueva alambrada, la tercera y última. (Aquí había alguna paciencia a la que se le escapaba "no salgo otro día sin la cizalla").

Atravesamos el Puente Rando, de formidable sillería y trazado pese al deterioro del tiempo, y emprendemos rumbo a El Tornadizo, donde al fin una parada larga, la única, para comer.


Nos reagrupamos a las tres en la desvencijada y noble Ermita del Humilladero y vuelta a las andadas a paso holgado y con la mochileta también ligera. Nos acompañan los primeros viñedos, cuyo cultivo fue tan significativo en estos valles. El puente sobre el Arroyo Verdugal está que se cae y el sendero que le sigue, que se cierra. Lástima que no haya tiempo para despejarlo de escobas, zarzas y espinos (¡Os librasteis esta vez, mas voto a bríos que esto no se queda así!)

Y ya, con San Esteban a la vista, bajamos por pista, carretera y hermoso camino de la Viña del Río, al puente medieval y al agotamiento de energías de parte del grupo que acepta gustoso quedarse en el pueblo hasta que pase el autobús. El resto emprendimos la subida por el camino del Castañar hasta el collado de amplias vistas que abarca todo el sur, con fondo de Hurdes. Tras unos minutos contemplativos recorremos la serena bajada a Santibáñez donde concluye esta ruta con el ánimo cambiado y los tiempos cumplidos.

Fotografías de Ángel Sánchez.

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