Crónica: por tierras de Sayago

Cuando hablamos del Parque Natural de las Arribes del Duero, normalmente nos vienen nombres como Pereña, Aldeadávila, Villarino… como mucho, mucho, Fermoselle por aquello de lo fronterizo. Lo que nos cuesta comprender es que buena parte de ellos pertenecen también a Zamora. Es como si la provincia de Salamanca hubiese abducido a su vecina, llegándola a considerar como algo residual. Para acentuar esta distorsión, resulta que además es el Duero quien se lleva todo el protagonismo. Pero la realidad es bien distinta, por un lado sus poblaciones prácticamente viven de espaldas al gran río, siendo una maraña de pequeños arroyos, muchos de ellos estacionales, los que dan vida al Parque y a sus moradores, prestando fuerza para mover la infinidad de molinos que trituraban los cereales, agua para la vida de su excepcional fauna y flora, belleza cuando se precipitan en fantásticas y casi infinitas cascadas.

Ha sido de la mano de uno de sus “hijos”, Pablo acompañado de Carmen, con los que hemos podido abrir los ojos, deslumbrándonos con sus tradiciones que se resisten a morir, con la diversidad de paisajes y por la cordialidad de sus gentes.

Y lo hemos podido hacer precisamente en esta época del año en la que la naturaleza aún no ha salido de su letargo, sin flores, sin hojas, sin visitantes… pero con abundancia de agua, ¡qué grato verla correr! pero ¡qué pasadez sentirla caer sobre nuestros ponchos y paraguas, ya desgastados de tanta como nos ha caído esta temporada!. Es nuestro precio a pagar.

Fotografías de Eduardo Pérez (vídeo G+ y vídeo en dropbox). Recorrido.

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