lunes, 30 de abril de 2012

LAS NIEVES DEL KILIMANJARO - No os la perdáis





En “Las nieves del Kilimanjaro”, Guédiguian se eleva por encima del conflicto político para hablarnos de un sentido de la justicia por encima de la letra escrita, de carácter personal y que interpela a una solidaridad colectiva en retroceso.

    La luz de Marsella llena la última película de Robert Guédiguian para aportar toda la claridad y optimismo necesarios en estos tiempos difíciles. Aunque, hablando con propiedad, habría que decir que ese resplandor y esperanza nacen del sentido humanista que se respira en “Las nieves del Kilimanjaro” ,  y del convencimiento del director sobre la necesidad de una postura moral ante tal encrucijada. A partir del texto de Victor Hugo “La gente pobre”, Guédiguian nos presenta a un Michel que se ha visto obligado a prejubilarse en los astilleros de L’Estaque, y a su mujer Marie-Claire que ya da por criada a la prole. Ahora planean un viaje largamente soñado y siempre pospuesto al continente africano, regalo de sus hijos por su trigésimo aniversario de bodas y también ilusión de toda una vida que por fin parece cumplirse. Sin embargo, pronto descubrirán que las cosas no siempre suceden como uno tiene previsto, que hay gente que necesita algo más que unas vacaciones en el Kilimanjaro, y que existen otras maneras más reconfortantes de ser felices.

    Desde la conflictividad de una regulación laboral y la lucha sindical por defender a los obreros, Guédiguian se eleva por encima del conflicto político para hablarnos de un sentido de la justicia que está por encima de la letra escrita, que tiene carácter personal y que interpela a una solidaridad colectiva en franco retroceso. De esa forma, el director de “Marie-Jo y sus dos amores” (2002) supera el ámbito de lo legal que el código civil o penal pudiera tipificar, para hablar al corazón de sus personajes —y de los espectadores— y hacerles entender que hay circunstancias que pueden explicar e incluso justificar algunos actos no del todo apropiados. Un despido, un robo o una agresión pueden esconder mucho drama y sufrimiento personal, como le sucede al muchacho de la historia y a sus hermanos pequeños. Y una ayuda, un detalle o una caricia pueden significar algo más que la fría resolución de un problema ajeno, porque el primer beneficio queda en quien lo lleva a cabo.

En “Las nieves del Kilimanjaro” asistimos a la buena obra de un matrimonio de principios, que luchó toda su vida por unas libertades —Michel es líder histórico de la CGT— y que ahora echa en falta ese sentido de compromiso en una generación que sufre la precariedad laboral. Sin embargo, con cierta nostalgia de un tiempo pasado, Guédiguian abandona con Michel la lucha sindical para poner su esperanza en la transformación del corazón del hombre, y tanto Marie-Claire como Michel no le defraudan. La perspectiva moral es tan idealista como realista lo es su problemática, y el sentido positivo y luminoso inundan los alrededores del puerto marsellés tanto como el alma de sus protagonistas. La fotografía es luminosa y cálida, los espacios preferentemente abiertos, y la cámara parece acariciar a unos personajes a los que quiere y comprende, para terminar levantando un paisaje físico y humano lleno de claridad y sinceridad. Espléndidos están sus actores de siempre, con una Ariane Ascaride de mirada honesta y cariñosa, un Jean-Pierre Darroussin de semblante sencillo y honrado, y un Gérard Meylan como amigo leal y auténtico, en unas interpretaciones tan populares y naturales como en admirable complicidad con la causa que encarnan, y sin caer en el buenismo.

No abandona, por tanto, el director a su familia artística ni a su ciudad, como tampoco la temática social presente en toda su filmografía. Sin embargo, aquí —quizá por estar todos inmersos en un tiempo de crisis— opta por profundizar en el problema y darnos optimismo y esperanza para decirnos que no es necesario ir al Kilimanjaro para encontrar un poco de felicidad. Hay situaciones conmovedoras porque no se rehuye el sentido dramático de la historia, y también momentos de fino humor que se ven con una sonrisa en los labios. Tampoco faltan los gestos de comprensión hacia la distinta manera de ver la vida por las nuevas generaciones, quizá tan combativas como la de sus padres.

Por eso, a pesar del habitual espíritu de denuncia social y política, aquí Guédiguian adopta un tono más amable y constructivo. La película encantará sobre todo a quienes quieran ver historias entrañables y personajes de buen corazón, a quienes deseen salir del cine creyendo que las cosas se pueden arreglar si adoptamos una postura más solidaria, si conseguimos una mirada más humana y moral del problema. Obtuvo, con todo merecimiento, la Espiga de Plata en la última Seminci, además del Premio del Público


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